Él: alto, pelo largo y sedoso, apuesto sin que quede duda, un chico sobre 10 (entiéndase por atractivo al 100% y con un corazón que le desborda por la boca).
Compartimos la ciudad natal, ciertos gustos banales e infinidad de pensamientos; hay pasos compartidos aunque caminos disparejos.
Él: reservado e intenso, un caballero de la noche, tiene un escondite predilecto por allá cercano a la hora cero.
Yo: mujer independiente al molde habitual, poco crecida, mucho vivida a nivel del corazón, coqueta y poco experimentada en el amor.
Para las cosas triviales dejo pasar el turno, aunque con el amor me juego una fortuna; acostumbro a tener en la boca muchas cosas que decir, sin -obviamente- decirlas.
Tengo muchas cosas que contar de ti, muchas más que confesar de mí, el problema es que no tengo nada que decir de nosotros.
Cada mañana cuando te digo: “hola, ¿cómo estás?”, en verdad digo: “¿cómo abres los ojos hoy amor?”; cuando te digo: “cuídate”, te digo: “permíteme tenerte entre mis brazos” en el lenguaje del amor.
Él: un misterio sólo resuelto por mi aunque él no lo sepa; él tiene la aurora que combina con la mía.
Yo: la pieza que encaja con su corazón solitario; yo aquí donde me ven soy la madre de sus 4 hijos.
Él: un príncipe, un ejemplar de la perfecta imperfección de Dios; él es la razón de mi novela.
Cuando mi mirada se cruza con la de él, trato de decir “te quiero”; cuando lo saludo, en verdad beso su boca.
Mi problema no es él ni soy yo, mi problema es no tener nada que decir de nosotros.
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