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lunes, 16 de abril de 2012

El afán de Dios

Existen personas dispuestas en el camino como ráfagas de buena venturanza, el regalo que no se espera y te choca de frente.

En ocasiones parece una visión de cómo el mundo sería mejor, si todo amor que encontráramos en la vía lo cultiváramos; la felicidad que saca lo mejor de cada uno, la luz que vuela por los cielos.

Podría ser cualquier cosa más brillante que el sol, aquello que nos eriza la piel y nos tatúa una sonrisa, el arma para combatir la apatía.

En medio de todo lo malo, todo lo bueno lo tiene, nada detiene el ímpetu, las decisiones que nos hacen fuertes, son las que amenazan con abatir el corazón.

Digamos entonces que todos los días me mantengo niña porque agradezco el milagro a mi alrededor, el amor que se disfraza en un rostro, en el gesto que me calienta y me mantiene viva.

Por mi fe en Dios no siento miedo, porque mientras más sola me he sentido, más acompañada me tiene, con su afán de colocarme en el camino a los grandes amigos.

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