¡Qué maravilla! Ese suceso donde más que poder vernos frente a frente, podemos reencontrarnos, en la mirada, en el contacto justo donde las almas hacen sintonía.
Contemplar aunque sigamos en movimiento, saber que somos amados por Dios, o ¿de qué otra manera tanta cosa buena?
Reír y sonreír, hacerlo con el alma y con el cuerpo, entender dando gracias por estos lazos que nos unen y nos mantienen intactos en comunicación aunque vaya cambiando nuestro exterior.
Reposar en las maravillas que hace Dios con nosotros y el alrededor, hacernos partícipes de la gran fiesta porque la amistad es un tesoro a ciegas que te va cambiando la vida mientras te dejas tocar.
¡Qué fácil es mantenerme en sintonía con Dios! Cuando puedo hacerlo a través de los seres místicos esparcidos en mi camino, como semillas de la buena venturanza.
Desde hace ya un tiempo, cuando los milagros chocan directo en mi rostro, acostumbro a tener los ojos tan abiertos como mi corazón, para que sea fácil implantarlo en mi interior, es así como mantengo vivas las maravillas de Dios, en los recuerdos, en esas cosas sencillas que hacen “mío” a lugares, que me unen a personas, que me atan a un estilo de vida, son entonces esas maravillas los milagros, la cinta que forja los lazos de mi vida.