Las paradojas del día a día, fingir o asumir que el tiempo nos va cambiando la apariencia, el modo de pensar y hasta el corazón.
Entender que todo pasa aunque nada sea igual, aprender la disciplina de no mirar atrás, de apreciar lo valioso y desechar lo inmodificable.
Tolerar la brisa que no sopla, como la lluvia que no moja, dejar pasar el capítulo amargo donde nada ya es nada; cerrarle el camino de regreso a la melancolía.
Las ocasiones en lo que más protegíamos es lo que más daño nos hace, despertar del sueño inmaculado, relatar las buenas intenciones que acabaron siendo demasiados pecados.
Llevarlo hasta el límite, entregar todo por aquello que más has querido, pues aunque no termine en tus manos será al menos el consuelo que baste para seguir adelante.
De las cosas totales, el campo del sentimiento es el más peligroso, daño inminente por soledad, a veces por exceso de incredulidad o ingenuidad, la rutina se a quebranta, reina el interés y la potestad.
El miedo, el anhelo, aquello que te respalda, que te levanta y aún te mantiene a ritmo, aún con los tropiezos, si prestas atención los detalles se conservan, los que están cerca y te permiten pasar el momento, que a pesar del desastre te continúan brindando otra oportunidad.
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