Hoy escuché: “es tan bueno despedirnos como conocernos”, ¡wow! Que resonancia la que va capitalizando mis palabras; un trago por lo bueno, una lágrima por aquello malo.
Mucho ha cambiado en lo retórico de mi corazón, a veces muy tonta por esperar “algo” de los demás, desde siempre he estado un tanto equivocada.
Hablemos del cambio: es posible, pero sólo cuando sucede por las ganas de crecer, por propio mérito, por cuestión de renovar lo mejor que hay en nosotros, pues el cambio en función a otros aunque probable, consiste en ser ¡el error más garrafal! Ya que al final del camino cuando el peso de aquella cruz sea demasiado, entonces el verdugo será ese “alguien” que nos inspiró a llevar a cabo semejante locura.
Los sucesos son en su inicio un blanco en nuestra mente, ¡bárbaros aquellos que se la pasan llenando de barro lo que pudieran ser los pensamientos más grandes de la humanidad!
Renovar, modificar, cambiar, es a la larga una petición del tiempo, mejorar nuestro espíritu y embellecer nuestra presencia, por más que evitemos, a pesar de la huida, el cambio toca a nuestras puertas y es arrebatador: para bien o para mal.
El pasado es imborrable, es la data de tu historia, pero es posible despedirse, ni el peor de los pecados debe ser ancla si estás dispuesto a empeñar tu voluntad a ser una persona totalmente renovada.
Entonces si al final del día, a pesar de los contras, la puerta de tu reveladora salvación es el cambio, pues: ¡CAMBIA!
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