Heme aquí tambaleando encima de la escalera, del cajón, la silla y del tobo, esto de la altura no es lo mío.
Todo para colgar el letrero "no creo en promesas" a ver si ya dejan de tocar a mi puerta cada vez que truena el cielo.
No soy Virgen ni palito de romero, ¡ya basta!
Me limpio la ropa y el rostro, remarcando las líneas de expresión, llevo barro encima y no cómo mascarilla.
Trato de echar camino hacia abajo y en cuanto escucho una voz dejo caer los pies y allá voy rodando.
(Pena)
Aún desvalida me ofrecen una mano, resulta ser de un hombre y mis sentidos se alertan, ¿por qué? Ni que fuese agua para la sequía.
Estoy de pie pero no logro gesticular, me resulta familiar pero la sensación es muy vaga.
Veo mover sus labios pero ¿y su voz?
Él se va y yo me voy detrás, quizás emprendamos una aventura o tal vez sea sólo escaramuza.
Vamos camino al arroyo y me voy sintiendo desnuda, devorada por dentro, flotando entre las aguas tímidas y embriagantes.
No me permito cerrar los ojos no vaya a ser que desaparezca todo, como quien no puede dormir tras una contusión.
Comienzas a reír como loco poseído y yo muero de la gracia aún sin entender, me entretiene tu falta de cordura, parece borrar con éxito mis (mal) amores con sutil endereza.
Te colocas detrás de mi y siento que vas a salvarme, cuando siento mi cuerpo estremecer inmediatamente te vas, clavado entre las corrientes del río y yo me veo tentada y a punto de perder.
Me consigues dar oxígeno debajo de las aguas, me brindas la luz que anhela el desolado y comienzo a entender.
Vamos camino de vuelta, danzando entre los amuletos de la naturaleza y los destellos de las sonrisas que parten a volar como aves tricolor.
Cruzamos la cerca y te comienzas a diluir entre el paisaje, una mezcla de sonidos me ensordecen, tengo miedo.
Resbalo y me siento ir, como quien te hala desde dentro, mi mirada atónica se encuentra con la tuya y lo poco que queda de ti.
Pienso en lo recién sucedido y quiero reventar en lágrimas.
- ¡No me dejes!
- ¡Te lo prometo! Escuché mientras me sentí aterrizar de un vuelo con turbulencias.
(...)
- Oye chica, ¿estás bien? Escucho mientras una sombra se acerca a mi rostro.
Tomo la mano extendida hacia mi.
Sacudo mi ropa y mi rostro, remarcando las líneas de expresión hechas por el barro.
- ¿Te puedo ayudar en algo?
- Sí, ¿podrías bajar ese letrero?
Y con sólo extender su brazo tuve el letrero en mis manos.
- ¿Necesitas algo más?
- No, ya estoy bien. Gracias.
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