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lunes, 26 de septiembre de 2016

Crónica de una muerte


-Dicen que la muerte ronda a la media noche.

El caos del ajetreo había cedido, sólo quedaba el frío que deja el alta de pacientes.

-No puedo disculparme por no lograr acostumbrarme a la muerte.

De pronto, llega aquel señor, cabeza de familia; llega sin calma pero con la entereza propia de ser médico.

-¿Qué pasa cuándo se tienen los conocimientos y aún así no puedes hacer nada?

Se activan las alarmas, el electrocardiograma no engaña, es tajante y determina cuando un corazón de a poco o de mucho, está muriendo.

-Trato de buscar el sosiego para la familia, cuando cruzo la mirada con su adolescente hijo.

A diario eres testigo de muchas cosas: milagros, fechorías, el bien y el mal.

-La imagen era inminente, la sombra rondaba y queríamos ignorarlo.

Nos movíamos como hormigas, trabajando en equipo para buscar lo mejor para el paciente, salvar una vida deja de ser heroico para ser lo menos que puedes hacer por alguien.

-Por más que quieras no puedes dejar de hacer lo que estás haciendo para simplemente abrazarlos.

Mientras él soportaba el dolor entre bocanadas de aire, relataba vívidamente lo que acontencía dentro de sí: sus pulmones se colmaban de líquido como quien naufraga y su corazón hacía paradas como si en vez de ahí, estuviese en el Everest.

- No llores, me repito. Mantén la compostura.

No aguantaba el estar sentado ni toleraba el decúbito y a ratos decía "me voy a morir".

-¿Cómo decirle que no sería así?

Me gusta pensar que entre su desespero, el Ángel de la Muerte caminó entre las personas y con una palmada en la espalda le hizo saber que era el momento; espero que haber tenido la compañía de su familia haya sido suficiente para irse en paz.

-No estuve ahí para verle morir a la 1:15 de la madrugada.




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