Para hablar de ti necesito sentarme, preferiblemente al aire libre.
Cuando te conocí estaba en marcha, más lejos de lo que podía presumir la presencia de mi cuerpo; tal vez no lloraba, pero me encontraba desaparecida.
Digamos que he caminado mucho, que los retos y los sueños han estado a prueba, que hasta ese instante había olvidado la frescura de lo inesperado, de la verdad que te sacude.
Un día escuché que entre las estrellas que vemos en el cielo hay algunas que ya murieron pero brillaron tanto que su luz aún permanece. No sería tan absurdo pensar que somos polvo de estrella, almas cuya luz vienen viajando y atravesando los espacios para reencontrarse y acompañar a quien las ve.
No creo que hayamos pensado ésto bien, en medio de un mundo tan revuelto y personas cada vez más dejadas a voluntad propia.
Amiga por razones naturales, por las similitudes y las asperezas, porque hay que afrontarlo: sin esperar se espera más.
Entonces, acompáñame a brindar, a abrazar la vida que se nos presenta, a transitar los espacios entre el mar y las maravillas enterradas en los libros.
Por las cargas que llevamos y nos definen, y más que eso nos desafían.
Por la llamada en medio del vacío y la algarabía en compañía.
Es mucho y a la vez diminuto.
Dificilmente podría hablar con otra lagartija, he de reconocer.
Gracias totales.
Y que la amistac se esparza como el granito de mostaza.
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