Eran las cuatro de la mañana y el día comenzaba para ella, mientras el más o menos permanecía dormido.
No sé todo lo que debería, lo sé.
Que las cosas del corazón me superan, eso es obvio, yo me preocupo por mí, eh!
Mentiras blancas, rosadas, mentiras al fin.
Salgo de casa con una compañía de susto (extraño)...
Ya me he olvidado de la mayoría de las cosas que me han pasado, de quienes me hicieron daño, total, al fin me he superado.
Imagino si el mundo preguntara por mí, ¡qué miedo!
Campanadas que me recuerdan la marcha nupcial de mi hermana, la película del come back, las cosas que no nos dijimos, la absurda ilusión de dejar las cosas en stand by.
Nada se va si yo no me he ido.
La música y el mar como terapia, el entierro a los pavores, el reloj que va de prisa y los deseos soplados con el cumpleaños dormidos.
Por cierto, ¿dónde estás?
Desorden elemental, el alrededor me hace muecas y yo les sonrío de vuelta.
Voy en camino y me tropiezo con la caja de promesas que perdí.
Pienso en otra jornada, una invitación a despegar.
Nostalgia de ir acabando una etapa, de ir subiendo con la posibilidad inminente de caer.
Vivir es el reto máximo, la recompensa de perder el miedo es poder abrir los ojos y recordar cada espacio, cada sensación, cada minúscula fibra cardíaca que estuvo electrizada.
Aprovechemos la ocasión de grabar, brindemos porque una amistad como la vida forja sus cimientos en los momentos más tensos para luego volar, volar y brillar en esplendor.
Ven y tomémonos una foto.
Ven y vivamos amistad.